El 9 de febrero de 1588, en la ciudad de Lisboa, fallecía el hombre que jamás había conocido la derrota durante su vida, aquel del que se dijo que peleó como caballero, escribió como docto, vivió como héroe y murió como santo, Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz.
Don Álvaro de Bazán |
Álvaro de Bazán nació en Granada el 12 de diciembre de 1526, pero siempre fue un hombre de mar, con su valentía y su liderazgo podría haber sido un gran capitán de infantería, pero mesanas, trinquetes y mayores fueron su sueño desde pequeño. El pequeño Álvaro vino al mundo en el seno de una familia de grandes militares: su abuelo fue el Capitán General de los Reyes Católicos durante la Guerra de Granada, y debido a su valentía y arrojo durante la toma de Fiñana, los monarcas se la otorgaron como Señorío; y su padre, Álvaro de Bazán “El viejo” fue nombrado por Carlos I General de Galeras de España, y en ese cargo participó junto al monarca en las Jornadas de Túnez de 1535 en la que se recuperó el control de España sobre Túnez.
Además, su madre, Ana de Guzmán, era descendiente del Conde de Teba y Marqués de Ardales, por lo que el futuro del pequeño Álvaro era rodearse de la corte, pero él quería emular a su padre que estaba encantado con la idea de que su hijo siguiese sus pasos. Por su parte, el Rey Carlos I apoyó la decisión de que el pequeño niño fuese el día de mañana un gran marino, y para incentivar esta idea le nombró, con únicamente 8 años, “Alcaide del Castillo de Gibraltar”.
Mientras otros niños de su época corrían y se peleaban por las calles de Granada, el pequeño Álvaro correteaba por la nave capitana de su padre a la vez que aprendía el oficio. Los marineros por su parte aceptaban de buen grado la presencia de aquel alegre pequeño al que mediante bromas enseñaban todos los secretos que encerraba el difícil oficio de marinero. Todas estas enseñanzas sirvieron para que cuando D. Álvaro de Bazán, ya de adulto, conociese a la perfección cada una de las labores y secretos de la marinería.
Su bautismo de fuego fue el 25 de julio de 1543, con 18 años, cuando participó junto a su padre en la Batalla naval de Muros contra los franceses. Álvaro de Bazán “el viejo” arengó a las tropas españolas afirmando que ese día era la festividad de Santiago Apostol, patrón de España, por lo que era imposible que las armas españolas perdiesen ese combate. La tropa española enfervorizada al grito de “Santiago y cierra, España” atacó con tanto ardor que poco o nada pudieron hacer los franceses. Tras la victoria Alvaro de Bazán “el viejo” fue nombrado Capitán General del Mar Océano, y a Alvaro de Bazán “el joven” es puesto al mando de una armada que tiene como misión vigilar el sur de España, lo que llevará a nuestro protagonista a luchar contra los piratas berberiscos y los corsarios franceses con el fin de proteger la llegada de los barcos procedentes de las Indias.
Escena de la Batalla de Muros |
Son tiempos en los que berberiscos y otomanos toman diferentes plazas en el Mediterráneo que podrían ser usadas como cabeza de puente para un ataque contra la Europa continental. El entonces Rey, Felipe II, viendo el peligro decide mandar una flota comandada por Sancho de Leyva, en la que Alvaro de Bazán parte como oficial para tomar Vélez de la Gomera, pero la intentona fue un fracaso. Finalmente, el 6 de septiembre de 1564, el Rey volvió a mandar una escuadra a tomar Vélez de la Gomera con García Álvarez de Toledo y Osorio, al frente, y con Álvaro de Bazán como lugarteniente.
Peñón de Vélez de la Gomera |
Ocho años antes de esta toma, Don Álvaro de Bazán se tuvo que enfrentar a los ingleses que transportaban armas y municiones a Fez, con las que se buscaba debilitar la posición española en el Mediterráneo. Don Álvaro, dando ejemplo de audacia, propia de aquel que se sabe dueño de la situación, llevó a cabo una arriesgada acción con la que consiguió rendir dos barcos ingleses. El ingenio de Álvaro de Bazán le lleva a tomar decisiones tan brillantes como inesperadas, como cuando tuvo que actuar contra el refugio pirata de la desembocadura del río Martín, cerca de Tetuán. Parte hacia la zona al mando de una pequeña flota, ordenando remolcar unas barcazas cargadas de piedra y mortero y cuando estas barcazas se encuentran ya en el río, Don Álvaro de Bazán ordena hundirlas, quedando cegado el acceso a la zona de abrigo, en donde las naves enemigas quedan embotelladas y son fácil presa para los cañones españoles.
Como vemos no sólo fue un marino esforzado y valiente, genial y decidido sino también un gran estratega. Don Álvaro fue responsable de que la Armada española se nutriese de aquellos gigantescos galeones que nos dieron gloria y fama en medio mundo. Sí, eran demasiado grandes, su maniobrabilidad era escasa, pero su potencia de fuego era sin igual, y además gracias a su tamaño se podía albergar a numerosos infantes de marina de nuestros Tercios, nuestra arma letal, que para eso fuimos los inventores de lo que hoy día llaman Marines.
Galeón español |
En agradecimiento por todas estas acciones, Felipe II, en 1568, le nombra "Capitán General de las Galeras de Nápoles", poniendo a su mando 38 galeras con las que Bazán limpia aquellas aguas de piratas. Su nombre junto al de Gonzalo Fernández de Córdoba “el Gran Capitán” o el de Don Juan de Austria pasa a formar parte de las grandes gestas del ejército español, y poco después, el 19 de octubre de 1569, el Rey Felipe II le concede el marquesado de Santa Cruz.
Y llegó la fecha más importante en la vida de Don Álvaro de Bazán, “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros” que dijo Don Miguel de Cervantes, la Batalla de Lepanto, en la que dieron cita más del 75 % de las galeras, galeazas, galeotas y fragatas disponibles en todas las flotas del mundo y en ellas más de 100.000 hombres.
Batalla de Lepanto |
El Mando supremo de la flota cristiana había caído en manos de Don Juan de Austria, y el mando español continuaba con Juan Andrea Doria, Álvaro de Bazán, Luis de Requesens, Juan Bautista Cortés, y Juan de Cardona. Don Álvaro de Bazán tenía la misión de dirigir la Cuarta Flota de Galeras, que había sido situada en la retaguardia compuesta por 30 galeras, y a pesar de esta posición atrasada, su pericia dando apoyos en todos los lugares posibles hizo posible la victoria cristiana aquel 7 de octubre de 1571.
Se puede pensar que una posición de retaguardia era un insulto a Don Álvaro, pero es todo lo contrario, Don Juan confiaba tanto en nuestro invitado que puso la seguridad definitiva tanto de la Armada cristiana, como la suya propia en sus hábiles conocimientos, y sus acciones fueron definitivas para la gran victoria de Lepanto. Desde el inicio Don Álvaro mostró una gran prudencia en sus consejos que daba a Don Juan, pidiéndole que buscase sin demora un enfrentamiento contra el enemigo ya que comenzaban a surgir diferencias entre los aliados.
El 7 de octubre de 1571, las dos armadas, la cristiana y la turca se encontraron frente a frente. Se oyó un cañonazo turco que Don Juan de Austria entendió como el desafío de La Sultana y ordenó contestar desde La Real como señal que aceptaba el reto. El combate se había generalizado sin ningún orden, lanzándose unas galeras en persecución de otras; hubo en el mar tantos muertos que las naves parecían haber encallado entre cadáveres.
Mohamed Siroco, jefe del grupo de ejército egipcio, vio que entre el flanco cristiano y la costa quedaba espacio suficiente para pasar con su escuadra a la espalda de Barbarigo, segundo en el mando veneciano, quien se vio atacado de golpe por seis galeras. Don Álvaro de Bazán, pendiente cual halcón de toda la situación, decide enviar 10 galeras, y los barcos otomanos quedan encerrados en una pinza y son empujados contra la costa.
Pero el honor marino exigía que los almirantes se enfrentaran directamente nave contra nave, por lo que Don Juan se adelantó con La Real y se lanzó contra la Sultana. El choque fue terrible y La Sultana llegó con su espolón hasta el cuarto banco de la cristiana, quedando las dos naves unidas por los garfios.
En ese momento entró en acción la artillería de la Real, que era superior a la de la Sultana, realizando una autentica carnicería, de hecho tras la segunda descarga no quedaba nadie sobre cubierta de La Sultana. En La Real se embarcaron trescientos veteranos que tras descargar sus arcabuces sobre los turcos se lanzaron al asalto de La Sultana. En dos ocasiones consiguieron pasar del palo mayor de la galera turca y en ambas tuvieron que retroceder, ya que la Sultana estaba apoyada por nueve galeras y dos galeotas; y La Real por su parte debía haber sido apoyada por las capitanas de Venecia, del Papa, la del Príncipe de Parma y la del Príncipe de Urbino, pero las dos últimas quedaron trabadas con galeras turcas, por lo que Don Juan solo contaba con las tropas de refresco de dos galeras.
La situación era límite pero, como siempre, Don Álvaro estuvo atento e hizo su apoteósica aparición. Don Álvaro de Bazán en persona se lanzó con su nave “La Loba” al ataque, destruyendo a cañonazos una galera turca y embistiendo a otra en la que él mismo dirigió el abordaje recibiendo dos balazos que por suerte no traspasaron su armadura.
Finalmente, los soldados de Don Álvaro consiguieron pasar del palo mayor de La Sultana y conquistaron el castillo de popa, donde el capitán Andrés Becerra se hizo con el estandarte turco. Pero la aportación de Don Álvaro no concluye, ya que en la zona derecha de la batalla, la suerte era distinta, Uluch Alí, líder de los bravos piratas berberiscos, había logrado cercar la escuadra de Andrea Doria y los cristianos eran masacrados.
De nuevo apareció Don Alvaro de Bazán con la escuadra de socorro, consiguiendo salvar la situación y obligando a Uluj Alí a emprender la retirada.
Habían transcurrido 4 horas de batalla y ya todo había terminado.
La Batalla de Lepanto de Veronese |
La Batalla había concluido, pero Don Alvaro de Bazán alcanzaba la gloria. Era considerado un héroe de la nación, y los hombres que estaban a su mando lo seguían ciegamente hasta el mismísimo infierno. El 7 de octubre de 1571 se escribía una página de oro en la Historia militar española, pero aun le quedaba un enorme capítulo de gloria a Don Álvaro de Bazán y sus buques.
Las victorias siempre caían del lado de nuestro invitado, y en 1573 hubo una segunda Liga Cristiana preparada para atacar el norte de África y el 8 de Septiembre, Don Álvaro, consiguió bloquear a la armada turca dividida entre el puerto de Modon y el de Navarino.
Ese mismo año, dirigió la toma cristiana de Túnez, y en 1576 obtuvo una gran victoria en la isla de los Querquenes, en las cercanías de Trípoli. Todas estas acciones le valieron un ascenso, y Felipe II le nombró Capitán General de la escuadra de galeras de España. Pero todas estas victorias se muestran pequeñas si las comparamos con la que estaba por llegar.
Antes de entrar en su última gran batalla, tenemos que entrar un poco en materia. En Portugal estalló un problema dinástico en la corona, ya que en 1578 el Rey Sebastián I de Portugal fallecía sin descendencia, este Rey era hijo póstumo del infante Juan Manuel de Portugal y de la Archiduquesa Juana de Austria, por tanto sobrino de Felipe II.
Sebastián I de Portugal |
El sucesor en el trono fue el tío-abuelo de Sebastián, Enrique I de Portugal, pero había un gran problema en esta elección. Como Enrique era el hermano pequeño del que sería Rey, nunca se pensó que llegaría al trono, por lo que se le permitió que siendo muy joven se ordenase sacerdote, ya que además de esta manera Portugal reforzaba las relaciones con la Iglesia Católica, algo que en esos momentos era monopolio de España.
Siendo cardenal se convirtió en el hombre de confianza de su sobrino-nieto, por lo que fue más que normal que cuando Sebastián I marchó a la conquista de Tánger el 24 de junio de 1578, le nombrase Regente. No obstante, esta regencia únicamente duró dos meses, ya que el 4 de agosto de 1578 Sebastián I fallecía en la Batalla de Alcazarquivir con solo 28 años, y se nombró como monarca al regente, que el 28 de agosto de 1578 recibió solemnemente la corona de Portugal como Enrique I de Portugal.
Enrique I de Portugal |
Pero había dos problemas, en primer lugar su edad, cuando Enrique fue coronado Rey tenía 66 años, un hombre muy mayor en aquella época; y por otro lado su condición de Cardenal. Enrique intentó renunciar a sus votos eclesiásticos con el fin de encontrar una esposa y asegurarse la continuación de la dinastía, algo bastante difícil también por su edad, pero además el Papa Gregorio XIII, aliado de los Habsburgo que ya planeaban hacerse con Portugal, no le dispensó de los votos que le liberaban.
Ante esta difícil situación, se llamó a consultas al Consejo de Regencia para que comenzasen la labor de búsqueda de un nuevo candidato a la corona. No obstante, todo se fue al traste el 31 de enero de 1580 cuando Enrique I de Portugal fallecía lógicamente sin descendencia y sin que el Consejo de Regencia tuviese decidido un candidato.
El 19 de junio de 1580 Antonio, el Prior de Crato, que era un bastardo real se proclamó Rey de Portugal contando con el apoyo del pueblo llano debido a que temían una más que posible intervención española en la zona, por su parte Felipe II quería completar la unidad de los países ibéricos, apoyándose en el derecho por herencia de su madre Isabel de Portugal y siendo, por tanto, nieto de Manuel I de Portugal. En este enfrentamiento de intereses entre portugueses y españoles también intervinieron otras potencias europeas como Francia e Inglaterra, como no, contra los intereses de Felipe II.
Antonio, Prior de Crato y pretendiente a la corona lusa. |
Para evitar sorpresas y para que la derrota de Antonio fuera tan contundente que acabase para siempre con sus pretensiones, Felipe II decidió enviar a sus dos grandes líderes militares a la contienda, al Duque de Alba al mando de los Tercios para que marchen sobre Lisboa, y a Don Álvaro de Bazán le ordena que penetre con su armada por el estuario del río Tajo.
Ambas acciones terminaron en un completo éxito, Don Álvaro de Bazán se deshizo sin ningún tipo de problemas de la fuerza naval que tuvo la osadía de ponerse delante de él, y por su parte Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba cosechó una tremenda victoria en la batalla de Alcántara. Vencidos los seguidores de pretendiente al trono y ocupado militarmente el país, el 25 de marzo de 1581 el rey Felipe II de España fue coronado rey, reconocido por las Cortes de Tomar, con el nombre de Felipe I de Portugal, con la condición de que el reino y sus territorios de ultramar no se convertirían en provincias castellanas
El archipiélago de las islas Azores, en una pequeña isla llamada Terceira, no se aceptaba este nombramiento. Para Felipe estas islas tenían un fuerte valor estratégico, ya que los barcos portugueses y españoles que volvían de las “Indias” debían pasar por allí, y esto podía despertar el interés de los piratas que convertirían estas islas en su enclave. Los sempiternos enemigos de España, Francia e Inglaterra, intentan sacar provecho de esta situación y comenzaron a enviar tropas y navíos a la isla Terceira.
Por su parte, el Rey Felipe intenta llevar a cabo una acción diplomática que evite llegar a la guerra, por lo que intenta convencer al gobernador de la isla Terceira. El Gobernador, envalentonado por la llegada de un contingente militar francés como avanzadilla de una poderosa escuadra, decide enrocarse en la negativa. Felipe ante la negativa del Gobernador, y con la intención de evitar un conflicto, ordena a Pedro Valdés que proteja con cuatro naos la flota de Indias a su paso por Terceira, pero Pedro Valdés por su cuenta y riesgo intenta tomar la isla Terceira, siendo derrotado en la batalla de Salga de 1581.
La derrota en esta batalla fue la gota que colmó la paciencia del Rey Felipe por lo que en su cabeza ya solo había una idea, acabar con el foco de resistencia de la isla Terceira., y ¿a quién llamaría el Rey para que comandase esa flota? Si, a Don Álvaro de Bazán.
Álvaro de Bazán comenzó los preparativos de la Armada que iba a participar en esa futura batalla y reunió bajo su mando a sesenta naos gruesas, más otras veinte ligeras, llevando además barcas chatas que sirviesen para facilitar el desembarco en la isla de unos 10.000 infantes de marina y 12 galeras. Por su parte, el Gobernador de Terceira comenzó construir en la isla cincuenta fuertes artillados, mientras que sus aliados franceses llevaban a cabo la construcción de una escuadra de apoyo que comandaría Felipe Strozzi. El apoyo francés no era gratuito, ya que según los planes franceses Strozzi tras vencer a Don Álvaro, debía conquistar Madeira y ocupar la Terceira en nombre del prior de Crato; y posteriormente dirigirse a Brasil, que será cedido a Francia por el pretendiente cuando sea rey de Portugal.
Don Álvaro de Bazán parte de Lisboa el 6 de julio hacia la isla de San Miguel, sin esperar las 20 naos y 12 galeras que se encontraban amarradas en Cádiz. El día 22 de julio las dos Armadas se encontraron cara a cara, pero lejos de comenzar el conflicto maniobraron con el fin de encontrar una colocación ventajosa sobre el contrario. Tras cuatro días de colocación y pequeñas escaramuzas, el día 26 de julio de 1582 ambas armadas se encuentran separadas únicamente por tres millas al sur de la isla de San Miguel.
Los franceses han sido más hábiles en la colocación y tienen a su favor el viento y el sol, pero hay dos cosas en las que los españoles tienen una superioridad aplastante, cuentan con Don Álvaro de Bazán al frente, y su espíritu combativo esta por las nubes. Como decía antes tener a Don Álvaro al frente era un seguro, ya que planteó una gran estrategia de combate, decide intercalar naves más poderosas con ligeras, así las poderosas, con su enorme capacidad de fuego, mantienen el combate y las ligeras, que son más maniobrables, hagan de apoyo rápido allí donde se les necesite.
El combate comienza con el ataque de las cuatro naves de vanguardia francesas contra el galeón San Mateo. Sin embargo, el San Mateo fuertemente artillado responde a los ataques y resiste durante dos horas el acoso de sus atacantes.
Mientras, Don Álvaro de Bazán a bordo del San Martín ha ganado barlovento y sus cañones destrozan a varias naves francesas y deja sin protección a las naves capitanas Strozzi y del duque de Brissac. Sin la necesaria protección, estas naves capitanas son abordadas por las naos Juana y Maria, pero en el último momento llegan unas naves francesas de apoyo y se forman un combate cuerpo a cuerpo.
La nao Concepción se lanza al ataque contra la capitana de de Strozzi descargando toda su potencia de fuego contra ella, la situación francesa comienza a ser más que preocupante. Álvaro de Bazán sabía que una vez herida de muerte la nave capitana francesa, el resto de busques enemigos intentaría ir en su apoyo, por lo que ordena que su “San Martin” vaya eliminando a todos los buques que no lleven bandera española que estén a la vista.
El Duque de Brissac comienza a ver la inminencia del desastre y abandona a su suerte a Strozzi, que al ver como su aliado le da la espalda, decide dar la orden de retirada. Pero esta orden de retirada no llega a emitirse, ya que Don Álvaro de Bazán ha ideado un ataque en pinza, lanzando a su nave “San Martín” por un flanco y la nao Catalina, por el otro. Al verse al borde de la aniquilación, Strozzi decide rendirse.
Esta rendición significa el fin de la batalla.
Ahora llegaba el momento de preparar una operación de desembarco y Don Álvaro de Bazán, preparó una invasión anfibia en la que participarían más de 15.000 hombres y 96 buques.
Los isleños esperaban un desembarco en los puertos de Angra y Peggia y allí habían desplegado sus tropas, comandadas por Charles de Bordeaux y Battista Scrichi. Pero Álvaro de Bazán decidió desembarcar en la Cala de las Molas, una playa escasamente defendida. El 26 de julio de 1583, justo un año después de la victoria naval española, el ejército español desembarcaba. Cuenta la historia que los primeros en llegar a tierra fueron el Capitán Luis de Guevara, el soldado Rodrigo de Cervantes, hermano de Miguel de Cervantes, y el alférez Francisco de la Rúa, después pisó tierra firme el propio Bazán.
Frente a ellos se alzaba el fuerte Santa Catarina, cuya guarnición estaba compuesta por cincuenta franceses bajo mando del Capitán Bourguignon y dos compañías portuguesas. Don Álvaro ordenó el asalto del fuerte y casi al momento, las tropas españolas entraban en su interior tomándolo con relativa facilidad. A continuación, Bazán ordenó a sus fuerzas avanzar hacia Vila da Praia para enfrentarse al resto del ejército francés, comandado por Aymar de Chatte
Don Álvaro ordenó a su ejército formar en tres líneas, con los alemanes en el ala derecha, los españoles en la izquierda. Los arcabuceros colocados en la vanguardia, se encontraron rápidamente con una gran resistencia. De Chatte lanzó contraataques consiguiendo romper la primera línea española. Pero, Bazán reforzó a sus arcabuceros con piqueros alemanes y consiguió no perder terreno. Tras más de un día de combate, el resultado parecía ser un empate técnico, pero al día siguiente De Chatte fue abandonado por los portugueses, que huyeron a las montañas del interior. Don Álvaro, viendo la inferioridad francesa, mandó a sus hombres avanzar hacia San Esteban, los franceses al ver el avance español huyeron hacia la montaña de Nossa Senhora da Guadalupe.
Esta huida masiva de los franceses, permitió a los españoles tomar Angra sin resistencia. Mientras, los franceses habían comenzado a fortificar sus nuevas posiciones en Nossa Senhora da Guadalupe, pero los soldados franceses decidieron amotinarse y abrieron negociaciones de rendición con los españoles. De Chatte intentó reprimir el motín, pero después de que las milicias portuguesas se rindieran a Bazán, se dio cuenta de que la victoria ya era imposible y decidió negociar la paz.
A finales de 1585 fue el propio Don Álvaro de Bazán el que animó al Rey Prudente, Felipe II, para que se construyese una inmensa Armada con la que hacer frente a los corsarios ingleses bien protegidos por la Reina Isabel I. Felipe II aceptó el plan de Don Álvaro, ya que tenía claro que el verdadero enemigo, era Inglaterra. Finalmente, el 26 de enero de 1586 el rey ordenó a nuestro ilustrísimo marino preparar una escuadra para el ataque.
La idea de ataque era que Don Álvaro de Bazán dirigiese una enorme flota hacia el Canal de La Mancha, donde se uniría a las fuerzas de infantería de otro héroe, Don Alejandro de Farnesio. Una vez unidas estas dos fuerzas se llevaría a cabo un desembarco en Gran Bretaña para concluir con una invasión en toda regla. Durante meses se fue trazando el plan de ataque, y Don Álvaro, consciente del riesgo y dificultad de tan gran empresa, pedía barcos más preparados y mejores tripulaciones.
Todo esto hacía retrasar el ataque, y Felipe II, que había caído en los engaños de los envidiosos de Álvaro de Bazán, terminó impacientándose y se dirigió a Álvaro de Bazán en términos muy duros, un enfrentamiento que termina el 4 de febrero de 1588 cuando el ilustrísimo marino, el héroe del Mediterráneo y de Lepanto es cesado de sus cargos. Pero Don Álvaro de Bazán está enfermo desde inicios de año debido a las fiebres tifoideas, y recibe la noticia de su cese en su lecho de muerte.
Como hemos dicho, el 9 de febrero de 1588 fallecía el hombre y nacía la leyenda.
Don Álvaro de Bazán |
Muy buen artículo. Lo he utilizado de base para una entrevista en Cope Pontevedra. Le invito a escucharla:
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